jueves, 17 de mayo de 2012

LEER NOS HACE LIBRES





Este es un espacio destinado a que los lectores gocen de un buena lectura y conozcan diversos autores, conocidos y no tanto, actuales y de otras épocas...



HOY COMPARTIREMOS DOS CUENTOS DE LILIANA BODOC: LA MEJOR LUNA, para los más pequeños y AMIGOS POR EL VIENTO para los que cursan el segundo ciclo de la escuela primaria.



Liliana Bodoc nació en la provincia de Santa Fe, en el año 1958. A los seis años, su familia se trasladó a Mendoza.
Cursó la Licenciatura en Literaturas Modernas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo. Años después ejerció la docencia dando clases de Literatura Española en Argentina.





LA MEJOR LUNA

Pedro es amigo de Juan. Juan es amigo de Melina. Melina es amiga de la luna.Por eso, cuando la luna empieza a perder su redondez, los ojos alargados de Melina hierven en lágrimas, su tazón de leche se pone viejo en un rincón, y no hay caricias que la alegren. Días después, cuando la luna desaparece por completo, Melina sube a los techos y allí se queda, esperando que la luna regrese al cielo como aparecen los barcos en el horizonte. Melina es la gata de Juan. Juan es amigo de Pedro. Pedro es el dueño de la luna. La luna de Pedro no es tan grande ni tan redonda, tiene color de agua con azúcar y sonríe sin boca. Y es así porque Pedro la pintó a su gusto en un enorme cuadro nocturno, mitad mar, mitadcielo.Pedro, el pintor de cuadros pasa noches enteras en su balcón. Y desde allí puede ver la tristezade Melina cuando o hay luna. Gata manchada de negro que anda sola por los techos.¿Les dije que Melina es la gata de Juan? ¿Les dije que Juan se pone triste con la tristeza de Melina? Juan se pone muy triste cuando Melina se pierde en el extraño mundo de los techos, esperando el regreso de la luna. Y siempre está buscando la manera de ayudar a su amiga. Por eso, apenas vio el nuevo cuadro que Pedro había pintado, Juan tuvo una idea. Y aunque se trataba de una luna ni tan grande ni tan redonda, color de agua con azúcar, podía alcanzar para convencer a Melina de que un pedacito de mar y una luna quieta se habían mudado al departamento de enfrente. Juan cruzó la calle, subió siete pisos en ascensor y llamó a la puerta de su amigo. Pedro salió a recibirlo con una mano verde y otra amarilla. Juan y Pedro hablaron durante rato largo y, al fin,se pusieron de acuerdo. Iban a colgar el enorme cuadro en el balcón del séptimo piso para que, desde los techos de enfrente, Melina creyera que la luna estaba siempre en el cielo. Eso sí,tendrían que colgarlo al inicio de la noche y descolgarlo al amanecer. Pedro es un pintor muy viejo. Juan es un niño muy niño. La luna del cuadro no es tan redonda ni tan grande. Y Melina, la gata, no es tan sonsa como para creer que una luna pintada es la lunaverdadera. Apenas vio el cuadro colgado en el balcón de enfrente, Melina supo que esa no era la verdadera luna del verdadero cielo. También supo que ese mar, aunque era muy lindo, no tenía peces. Entonces, la gata inclinó la cabeza para pensar qué debía hacer.¿Qué debo hacer?, pensó Melina para un lado.¿Qué debo hacer?, pensó Melina para el otro.“La luna está lejos y Juan está cerca. Juan es capaz de reconocerme entre mil gatas manchadasde negro. Para luna, en cambio, yo debo ser una gata parecida a todas en un techo parecido atodos. Y aunque la luna del pintor Pedro no es ni tan grande ni tan redonda es la luna que medio el amor ” . Melina es amiga del Juan. Juan es amigo de Pedro. Pedro es amigo de los colores.Juan creyó que un cuadro podía reemplazar al verdadero cielo. Porque para eso están los niños, para soñar sin miedo.Melina dejó de andar triste en las noches sin luna, porque para eso tenía la luna del amor.Y Pedro sigue pintando cielos muy grandes, porque para eso están los colores, para acercar loque está lejos.



AMIGOS POR EL VIENTO

A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. Algo susurra pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojo con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve mas rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.
Así ocurrió el día que se papá se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Yo recuerdo la puerta que se cerró detrás de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.- Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
- Me parece bien - mentí.

Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:

- No me lo estás diciendo muy convencida...
- Yo no tengo que estar convencida.
- ¿Y eso que significa? - preguntó la mujer que más preguntas me hizo en mi vida.

Me vi obligada a levantar los ojos del libro:

- Significa que es tu cumpleaños, y no el mío - respondí.

La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá.
Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte.

- Se van a entender bien - dijo mamá -. Juanjo tiene tu edad.

La gata, único ser que entendía mi desolación, salto sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena.
Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como estalactitas en el congelador, disfrazadas de pedacitos de cristal. "Se me acaba de romper una copa", inventaba mamá, que, con tal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y otras asombrosas hechicerías.
Ya no había huellas de viento ni de llantos. Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, apareciá un tal Ricardo y todo volvía a peligrar.
Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo. Despues pareció tomarle rencor a la receta, porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. Algo que yo no pude conseguir.


- Me voy a arreglar un poco - dijo mamá mirandose las manos. - Lo u´nico que falta es que lleguen y me encuentren hecha un desastre.
- ¿Qué te vas a poner? - le pergunté en un supremo esfuerzo de amor.
- El vestido azul.
Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo que me esperaba.
Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue quedarián pegados en los costados de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con tal de desmerecer a mi gata.
Pude verlo por mi casa transitando con los cordones de las zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse con mi dormitorio. Pero, aún más que ninguna otra cosa, me aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que en vez de hablar, hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de bomberos, ametralladoras y explosiones.
- ¡Mamá! - grité pegada a la puerta del baño.
- ¿Que pasa? - me respondió desde la ducha.
- ¿Cómo se llaman esas palabras que parecen ruidos?

El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo esperaba.

- ¿Palabras que parecen ruidos? - repiutió.
- Sí. - Y aclaré -: Plum, Plaf, Ugg...

¡Ring!

- Por favor - dijo mamá -, estan llamando.

No tuve más remedio que abrir la puerta.

- ¡Hola! - dijeron las rosas que traía Ricardo.
- ¡Hola! - dijo Ricardo asomado detrás de las rosas.
 
Yo mira a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía puesta una remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto.
Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul les quedaba muy bien a sus cejas espesas. 
 - Podrían ir a escuchar música a tu habitación - sugirió la mujer que cumplía años, deseperada por la falta de aire. Y es que yo me lo había tragado todo para matar por afixia a los invitados.

Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin dudas, ya estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y yo dormiría en el canasto, junto a la gata.
No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos de preguntas:
- ¿Cuánto hace que se murió tu mamá?

Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo.

- Cuatro años - contestó.

Pero mi rabia no se conformó con eso:

- ¿Y cómo fue? - volví a preguntar.

Esta vez, entrecerró los ojos.
Yo esperaba oír cualquier respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada.

- Fue... fue como un viento - dijo.

Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por mi vida?

- ¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados? - pregunté.
- Sí, es ese.
- ¿Y también susurra...?
- Mi viento susurraba - dijo Juanjo -. Pero no entendí lo que decía.
- Yo tampoco entendí. - Los dos vientos se mezclaron en mi cabeza.

Pasó un silencio.

- Un viento tan fuerte que movió los edificios - dijo él -. Y éso que los edificios tienen raíces...

Pasó una respiración.

- A mí se me ensuciaron los ojos - dije.

Pasaron dos.

- A mí también.
- ¿Tu papá cerró las ventanas? - pregunté.
- Sí.
- Mi mamá también.
- ¿ Por qué lo habrán echo? - Juanjo parecía asustado.
- Debe de haber sido para que algo quedara en su sitio.
A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.

- Si querés vamos a comer cocadas - le dije.

Porque Juanjo y yo teníamos un viento en común. Y quizá ya era tiempo de abrir las ventanas.
       

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